miércoles, 23 de mayo de 2018

Víctimas y villanos en Palestina

Por Julián Schvindlerman 

Mapa de Gaza.
"Incendiar la frontera en Gaza no dará ningún rédito estratégico a Hamás. En el plano simbólico, sin embargo, ha hecho sangrar políticamente a Israel. Con la sangre de los palestinos, sí"
Para buena parte de la opinión pública mundial, no hay grises en torno a lo acontecido en la Franja de Gaza la semana pasada. Según la narrativa convencional, se trató de una masacre de proporciones épicas: “Un baño de sangre” para Human Rights Watch, “una matanza” para el diario español El País, “un genocidio” para el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. La imagen de un ejército profesional bien equipado de un lado de la frontera y civiles indefensos o pobremente armados del otro contribuyó a potenciar la dimensión binaria de la tragedia. El contraste visual entre las muertes en Gaza –incluso de lisiados y niños– con la ceremonia de apertura –prolija y diplomática– de la embajada de los Estados Unidos en Jerusalem reforzó en el imaginario colectivo la premisa psicológica de una gran asimetría moral.
Hace mucho tiempo ya que Hamás –acrónimo de “Movimiento de Resistencia Islámico”– entendió que nunca podrá derrotar militarmente a Israel, pero que perfectamente podría triunfar en la batalla por las mentes y los corazones de la opinión pública internacional. Sus cohetes y sus túneles son una parte importante de su arsenal, pero mucho más decisivos son las mujeres y los niños gazatíes. Escandalosamente, para los líderes de este grupo terrorista, los “mártires” palestinos son su más potente arma antiisraelí.
Por eso durante las previas guerras con Israel sus combatientes se instalaron en el subsuelo del principal hospital de Gaza, ubicaron sus lanzaderas de cohetes en azoteas de escuelas y excavaron túneles de terror bajo las oficinas humanitarias de las Naciones Unidas. Lo hicieron a sabiendas de que el ejército israelí no podía dejar sin respuesta sucesivas salvas de cohetes contra sus ciudades y que al responder, inevitablemente, provocaría bajas civiles palestinas. Y por esa misma razón enviaron la semana pasada hacia la frontera con Israel a niños desde siete años de edad, minusválidos, mujeres y hasta a una beba de ocho meses, que perdió la vida. (¿Alguien se preguntó qué hacía una beba palestina en medio de una manifestación violenta?). Según informó el experto Jonathan Schanzer en The New York Post, las autoridades de Hamás repartieron dinero a varios de los manifestantes para que fueran a la marcha. Cerraron escuelas para que los niños participaran. Liberaron a prisioneros comunes con la exigencia de que se dirigieran a trece puntos diferentes de la frontera e intentaran cruzarla. Mahmud al Zahar, uno de los fundadores de Hamás, aseguró en Al Yazira que tildar de pacíficas esas manifestaciones era “un claro engaño terminológico”.
Hamás sabe demasiado bien que las agencias de noticias buscan una historia simplista de víctimas y villanos, y se la ofreció en bandeja. En el plano táctico, sus líderes parecen menos interesados en matar israelíes que en ocasionar la muerte de palestinos. Saben que cada víctima palestina tendrá un precio diplomático para el Estado de Israel.
Se ha estimado que el lunes 14 cuarenta mil personas se agolparon en la frontera. Quemaron neumáticos, lanzaron artefactos incendiarios que provocaron incendios en campos israelíes, dispararon contra soldados israelíes y en algunos casos lograron traspasar la valla fronteriza. Un video captó a un palestino enmascarado que ingresó en Israel blandiendo un cuchillo de carnicero mientras gritaba: “¡Oh, judíos, venimos a masacrarlos!”. El líder de Hamás Yahia Sinwar declaró ante una multitud: “Tiraremos abajo la frontera y les arrancaremos el corazón”. Hamás emitió un comunicado que concluía así: “Esto es la Yihad: la victoria o la muerte en el sendero de Alá”. También proclamaba que “la sangre pura nutrirá la tierra de Palestina” y que el pueblo palestino, “con su sangre y sus tripas, será quien dibuje el mapa del retorno y de las victorias”. Además admitía que “las organizaciones de combate están administrando y supervisando las marchas pacíficas de nuestro pueblo” y su “bendita intifada”.
Israel no podía permitir que miles de palestinos enardecidos cruzaran la frontera. Sus soldados advirtieron por altavoces acerca del peligro de acercarse a la frontera. Emplearon medidas no letales de disuasión y sólo como último recurso dispararon con fuerza letal. Aquel fatídico día, 62 palestinos cayeron bajo el fuego israelí. Eso bien lo sabe la opinión pública. Lo que posiblemente no sepa es que, de ellos, 50 eran militantes de Hamas y otros tres, de la Yihad Islámica Palestina. Así lo admitió en la televisión local Baladna TV un miembro del buró político de Hamás, Salah al Bardawil.
Hay un trasfondo geopolítico en este juego macabro de Hamás que no debe ser desatendido. De haber logrado echar abajo la frontera de Gaza con Israel, similares intentos se hubieran replicado en Cisjordania y en otras fronteras del país –con el Líbano y Siria–. Hamás recibe apoyo económico y militar de Irán, cuyos esfuerzos por establecer bases militares en Siria han sido neutralizados por la fuerza aérea israelí y cuyo archivo nuclear hasta 2015 fue recientemente sacado de Teherán por los israelíes, en una de las operaciones de inteligencia más logradas en la historia del espionaje. La tensión en la frontera gazatí sirve a los intereses de los ayatolás. Además, la convulsión es para Hamás un modo de reafirmar su liderazgo en el nacionalismo palestino, tradicionalmente comandado por Fatah, el bloque histórico de Yaser Arafat y de su sucesor, Mahmud Abás. También le permite canalizar hacia el Estado judío el descontento popular con su gestión de la Franja.
Incendiar la frontera en Gaza no dará ningún rédito estratégico a Hamás. En el plano simbólico, sin embargo, ha hecho sangrar políticamente a Israel. Con la sangre de los palestinos, sí.

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