sábado, 13 de enero de 2018

El Español- por Miguel Gayo Macías
Witold Pilecki, un oficial polaco de inteligencia, sospechaba que los nazis estaban exterminando civiles en lo que, para los aliados, solo era un campo de prisioneros. En pleno apogeo de la Segunda Guerra mundial, la existencia de un campo de prisioneros en el sur de Polonia no era nada extraordinario, aunque se tratase de un campo que ocupaba una gran extensión y que además no paraba de crecer. Nadie podía concebir el horror que aguardaba tras la puerta coronada por la siniestra frase “Arbeit macht frei” ("El trabajo os hará libres", en alemán). Los trenes de mercancías llegaban cada día desde la estación de la cercana Cracovia, se detenían frente a la entrada de Auschwitz y volvían a alejarse, vacíos, por la línea de ferrocarril construida especialmente para aquel lugar.

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