jueves, 11 de enero de 2018

CREEN QUE INVENTARON EL AMOR
Para Yas!
Se enamoró perdidamente.
Hasta tal punto que conoció a las famosas mariposas, se sorprendió a sí mismo cantando solo por la calle, e incluso llegó a escribir un poema sobre la servilleta de un bar.
Lo contó a sus padres, a sus amigos, a los amigos de sus amigos, e incluso lo compartió con el verdulero de la esquina.
Y después de un tiempo, su amor fue bajando de intensidad; dejó de pensar en ella todas las horas del día; sus noches retomaron la calma habitual, e incluso llegó a olvidar la fecha exacta de su primer encuentro.
En aquel momento, sintiéndose traicionado, se presentó ante sus padres, sus amigos, los amigos de sus amigos e, incluso, invitó al verdulero para tan importante reunión de vida.
Y el hombre, entonces, desesperado, aferrado como un náufrago al poco amor que aún le quedaba vivo, preguntó entre sollozos:
“Pero, ¿por qué el amor se termina?”
Y todos, al unísono, como si se tratara de una obra ensayada, respondieron:
“Te confundes: el amor no se termina, el amor se transforma en otra cosa…”
“Pero yo quiero al amor aquél, el anterior a la transformación”, replicó el hombre
“Es ley de vida”, le aclararon con absoluta seriedad.
Y sentenciaron: “el amor se transforma en otra cosa, y tú debes aceptar esa transformación”.
Y el hombre pensó para sus adentros: tal vez, puede ser, quizá…
Y mientras se alejaba del sitio del encuentro, pensó: tal vez el amor se transforma, pero no “mi” necesidad del amor original, del amor fuego, del amor inocente, del amor ciego, del amor que duele, del amor sin paracaídas.
El amor se transforma, se repitió, pero no mi necesidad de ese amor.
¿Y ahora qué hago con este vacío en la boca del estómago?
Y comprendió, a pesar suyo, que cuando le contaron la historia del amor, se olvidaron de leerle el apéndice final: “el amor se transforma”.
Porque de ser así, y de haberlo sabido, tal vez jamás se hubiese prestado a las reglas de ese juego.
O tal vez, hubiese optado por elegir, que esa pregunta, no lo acompañara hasta su último suspiro.
Ni tampoco tan alto precio con la vida misma
O tal vez sí.

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