viernes, 21 de junio de 2013

NIÑOS “SANTOS” Y ANTISEMITISMO

Fuente: Beit Haanusim 12/6/13 Por Rabino Nissán Ben Avraham LAS SIETE PARTIDAS El día 23 de noviembre de 1221 nacía en Toledo quien treinta y un años más tarde se convertiría en Alfonso X el Sabio. Cuando en el año 1256, tres años después de haber subido al trono de Castilla y León, llegó una embajada pisana para ofrecerle el trono imperial del Sacro Imperio Romano al que aspiraba por ser hijo de Beatriz de Suabia, decidió cambiar el código legal que acababa de promulgar por uno nuevo que estuviera basado tanto en el anterior, el llamado Espéculo, como en el Derecho Romano-Canónigo. Esta obra fue acabada al cabo de diez años y es conocida como “Las Siete Partidas”. Por “Sabio” que fuera, no debe extrañarnos que en su séptima y última Partida, dedicara su atención al gran delito de los judíos, tanto si conservan su fe como si han sido conversos al cristianismo, un delito de asesinato ritual: “Et porque oyemos decir que en algunos lugares los judíos ficieron et facen el día del Viernes Santo remembranza de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo en manera de escarnio, furtando los niños et poniéndolos en la cruz, o faciendo imágenes de cera et crucificándolas cuando los niños non pueden haber, mandamos que, si fama fuere daquí adelante que en algún lugar de nuestro señorío tal cosa sea fecha, si se pudiere averiguar, que todos aquellos que se acercaren en aquel fecho, que sean presos et recabdados et aduchos ante el rey; et después que el sopiera la verdad, débelos matar muy haviltadamente, quantos quier que sean.” Alfonso X el Sabio, Partidas, VII, XXIV, ley 2 O sea, que se les acusa de llevar a cabo un asesinato ritual en la Semana Santa de los cristianos, tomando normalmente a un niño indefenso para ello. ¿De dónde viene esta cruel sospecha? EL NIÑO INGLÉS Pues resulta que unos ciento seis años antes, en el 1150, se había escrito en Inglaterra un libelo de sangre con esta acusación contra los judíos. El autor era un tal Thomas de Monmouth, monje benedictino de la ciudad de Norwich, en Norfolk, al nordeste de Inglaterra. Cinco o seis años antes de llegar a tal ciudad desde su Monmouth natal, en la frontera entre Inglaterra y Cambria, había sido hallado asesinado un niño llamado William, y Thomas empezó a dedicar su tiempo y sus esfuerzos a la canonización del niño, reuniendo testimonios sobre su comportamiento ejemplar y sobre el presunto asesinato a manos de los judíos, que habían pertrechado en él un asesinato ritual. Thomas recibió visiones de Herbert de Losinga, el primer obispo de Norwich que había fallecido unos treinta años antes. El obispo le ordenaba que trasladasen el cuerpo del pequeño William a la Sala Capitular del monasterio, pero no lo consiguió hasta después de la muerte del escéptico abate Elías, que no acababa de tragarse lo de la beatitud del niño. De todos modos, al morir el abate comenzó a cultivarse el culto al pequeño santo, aún antes de ser beatificado. En su librito, escribía Thomas que había recibido las declaraciones de un judío converso al cristianismo llamado Teobaldo, que había entrado a fraile, el cual le contó que los judíos tenían una tradición escrita que decía que para ganar su libertad y poder regresar a la Patria Judía perdida, debían crucificar cada año un cristiano. Para ello se reunían los judíos españoles cada año en la ciudad de Narbona, en Lengadòc, para elegir el país en que el cristiano debía ser sacrificado. El año 1144 correspondió, según el libelo, a Inglaterra, por lo que los judíos del país se reunieron y decidieron hacerlo en la ciudad de Norwich, eligiendo al niño William para ello. Parece ser que la figura de Teobaldo era un invento de Thomas, igual que la descripción del rito que siguieron los judíos, imitando la pasión de Jesús, ya que en el mismo libro de Thomas, los primeros testimonios solo hablan de que los judíos lo habían matado, e incluso según Teobaldo, solo sabía que había sido ‘sacrificado’. El libelo escrito por Thomas de Monmouth, llamado “Vida y Milagros de William de Norwich”, inflamó la ira contra los judíos en todo el país y llevó a su expulsión de Inglaterra en el año 1290. LOS NIÑOS GRIEGOS Lo que no se sabe tanto es que los griegos paganos ya formularon acusaciones parecidas. Un griego de Caria (Turquía) llamado Apolonio Molon, escribía contra los judíos y sus palabras fueron citadas por un griego egipcio llamado Apión, a mediados del primer siglo común, con la misma acusación, que fue refutada por Flavio Josefo en su famoso libro “Contra Apionem”. Apión incitó a Calígula contra los judíos con el libelo de sangre, que “los judíos hacen su pan ázimo [matzá] con la sangre de un niño griego al que previamente engordan durante un año dentro del Templo, causándole la muerte, ofreciendo su cuerpo como un sacrificio, comiendo sus órganos internos y haciendo un juramento de enemistad contra todos los griegos”. EL NIÑO ARAGONÉS La acusación de crimen ritual se repitió en el mismo año 1250, el día 31 de agosto, en la aragonesa ciudad de Zaragoza, en la figura de Dominguito de la Val, de siete años, que según la leyenda fue engañado y asesinado por el judío Albayuceto. Fue enterrado en la iglesia de San Gil y luego trasladados a la Catedral donde tiene su propia capilla. Fue canonizado y es el patrón de los “infanticos” de la escolanía de la ciudad y tiene una cofradía a su nombre. En un libro publicado en 1449 por el fraile converso Alonso de la Espina, “Fortalitium Fidei. Contra judíos, sarracenos y otros enemigos de la fe cristiana”, se inventariaba una larga lista de crímenes atribuidos a los judíos. Aparecen varios relatos de crucifixiones infantiles, todos ellos dados por ciertos. EL NIÑO SEGOVIANO Un nuevo caso, trascrito tal cual. El cronista Diego de Colmenares en su Historia de la insigne Ciudad de Segovia (1637), transmite el suceso: Celebrábase tranquilamente por los cristianos la Navidad de 1468 cuando vino a turbar su quietud la irritante nueva de que los judíos de la Aljama de Sepúlveda, aconsejados por su rabino, Salomón Picho, habíanse apoderado de un niño cristiano, y llevándole a un muy secreto lugar, cometido en él todo linaje de injurias y violencias. Al fin, poniéndole en una cruz, habíanle dado muerte, a semejanza de la que al Salvador impusieron sus antepasados. Divulgado en tal forma el hecho, llegó luego a conocimiento del Obispo de Segovia, Don Juan Arias Dávila, judío converso, hijo del Contador Mayor de Enrique IV. Fiel a la política de los neófitos, apretó don Juan en el castigo de tal manera que, conducidos a Segovia los acusados, fueron hasta dieciséis entregados a las llamas, y puestos los restantes en la horca, después de ser arrastrados. No satisfizo, sin embargo, tan duro castigo a los moradores de Sepúlveda. Así, tomando las armas, al saber que el obispado se contentaba con tan poco, dieron de rebato sobre la judería, inmolando en sus propias casas a la mayor parte de sus moradores. Salváronse algunos en la fuga; pero al buscar asilo en las cercanas villas y aldeas, llevaban delante de sí la fama de su crimen, que despertaba en todas partes análogas sospechas y acusaciones. De este niño ‘sacrificado’ no se conoce su nombre, ni ha llegado a los altares para ser objeto de culto, solo un retablo barroco dedicado a san Blas en la catedral de Segovia, copiado del de Dominguito de Val. EL NIÑO TOLEDANO Pero el caso más conocido, sin duda, es el del “Santo Niño de la Guardia”. Parece que las primeras detenciones, según la documentación que tenemos actualmente, no se produjeron como resultado de la investigación de ningún asesinato. Que se sepa, ni se encontró cadáver alguno ni se denunció la desaparición de ningún niño. Los primeros detenidos, judeo-conversos, fueron acusados únicamente de judaizantes, y solo durante los interrogatorios de que fueron objeto en prisión se iría fraguando la idea de que habían cometido un crimen ritual. En junio de 1490 se detuvo en Astorga a un converso llamado Benito García, cardador ambulante, natural del pueblo deLa Guardia. Fue conducido ante Pedro de Villada, provisor del obispado de Astorga, e interrogado. Se conserva la confesión de Benito García, con fecha de 6 de junio de 1490, de la cual se desprende que sólo se le acusaba de judaizante. El acusado explica en el mencionado documento que cinco años antes (en 1485) había regresado secretamente a la religión judía, alentado por otro converso, también de La Guardia, llamado Juan de Ocaña, y por un judío de Tembleque, localidad que está a unos diez quilómetros al sur de la Guardia. Yucef Franco, zapatero, el judío de Tembleque mencionado por Benito García, fue detenido por la Inquisición. Se encontraba encarcelado en Segovia el 19 de julio de 1490 cuando, al sentirse enfermo, fue visitado por un médico, Antonio de Ávila. Yucef solicitó al médico la presencia de un rabino. En lugar de un rabino, el médico se presentó en su segunda visita acompañado de un fraile, Alonso Enríquez, disfrazado de judío y haciéndose llamar Abrahán. El prisionero, utilizando varias palabras en hebreo, pidió al fingido rabino que comunicase al rav de Castilla, Abraham Seneor, que se encontraba preso por la muerte («mitá») de un muchacho («nahar») que había servido a la manera de ‘aquel hombre’ («otohays», eufemismo para hacer referencia a Jesucristo). La segunda vez que fue visitado por los dos hombres, Yucef no volvió a mencionar ese asunto. Las declaraciones posteriores de Yucef implicaron a otros judíos y conversos. El 27 de agosto de 1490, el inquisidor general, Tomás de Torquemada, dictó una orden para que los encarcelados en Segovia fuesen trasladados a Ávila para ser juzgados allí. En esta orden se mencionan todos los encarcelados en Segovia que tienen relación con el caso: los conversos Alonso Franco, Lope Franco, García Franco, Juan Franco, Juan de Ocaña y Benito García, todos ellos vecinos de La Guardia; Yucef Franco, judío de Tembleque; y Mose Abenamías, judío de Zamora. Las acusaciones que constan en la orden son de herejía y apostasía, así como de crímenes contra la fe católica. Los inquisidores encargados del proceso fueron Pedro de Villada (el mismo que había interrogado en junio de 1490 al converso Benito García); Juan López de Cigales, inquisidor de Valencia desde 1487; y fray Fernando de Santo Domingo. Todos ellos eran hombres de confianza de Torquemada. Fray Fernando de Santo Domingo, además, había escrito antes el prólogo de un difundido opúsculo antisemita. El proceso contra el judío Yucef Franco dio comienzo el 17 de diciembre de 1490. Se le acusó de intentar atraer al judaísmo a los conversos, así como de haber participado en la crucifixión ritual de un niño cristiano en Viernes Santo. Antes del proceso, ya se habían conseguido al menos las confesiones de Benito García y de Yucef Franco. Según el famoso historiador e investigador de la Inquisición Yitsjac Baer, «parece que los acusados confesaron parcialmente y declararon contra los otros con la esperanza de verse libres por este medio de la trampa que les había tendido la Inquisición». Cuando se leyó la acusación, Yucef Franco gritó que era «la mayor falsedad del mundo». Se conservan las confesiones, obtenidas bajo tormento, de este reo: al principio sólo hace referencia a conversaciones en la cárcel con Benito García y que incriminan a éste como judaizante, pero después comienza a hacer referencia a una hechicería realizada unos cuatro años antes (en 1487, quizá) en la que se habría utilizado una hostia consagrada, robada en la iglesia de La Guardia, y el corazón de un niño cristiano. Las declaraciones siguientes de Yucef Franco van dando más detalles acerca de este tema, incriminando sobre todo a Benito García. Se conservan también declaraciones de este último, realizadas «estando puesto en el tormento», contradictorias con las de Franco, y en el que se trata sobre todo de incriminar al segundo. Incluso se realizó un careo entre Yucef Franco y Benito García, el 12 de octubre; en el protocolo de dicho encuentro se dice que sus declaraciones fueron concordantes, lo cual es sorprendente, ya que las anteriores habían sido contradictorias. En octubre, uno de los inquisidores, Fray Fernando de San Esteban, viajó a Salamanca y en el convento de San Esteban se entrevistó con varios expertos juristas y teólogos, quienes dictaminaron la culpabilidad de los acusados. En la fase final del proceso, se hicieron públicos los testimonios, y Yucef Franco intentó refutarlos sin éxito. Las últimas declaraciones de Franco, obtenidas bajo tormento en el mes de noviembre, añaden más detalles a los hechos: muchos de ellos, según la opinión de Baer, tienen un claro origen en la literatura antisemita. El 16 de noviembre de 1491, en el Brasero de la Dehesa, en Ávila, (junto al puente de Spiritu Sancto sobre el Río Chico, que une el Camino Cerezo con la Extrarradio, seguramente donde está ahora el campo de fútbol), todos los procesados fueron relajados al brazo secular y quemados en la hoguera. Fueron ejecutadas ocho personas: dos judíos, Yucef Franco y Moshe Abenamías, y seis conversos, Alonso, Lope, García y Juan Franco, Juan de Ocaña y Benito García. Se conservan las sentencias de Yucef Franco y Benito García, que fueron leídas en el mismo auto de fe, según era costumbre. Durante el siglo XVI fue creándose una leyenda según la cual la muerte del Santo Niño habría sido semejante a la de Jesucristo, llegándose incluso a destacar similitudes entre la topografía del pueblo toledano en el que supuestamente ocurrieron los hechos y la de Jerusalén, donde murió Jesús. En 1569 el licenciado Sancho Busto de Villegas, miembro del Consejo General de la Inquisición («la Suprema») y gobernador del arzobispado de Toledo (posteriormente sería también obispo de Ávila) escribió, a partir de los documentos del proceso, que se conservaban en los archivos del tribunal de Valladolid, una Relación autorizada del martirio del Santo Inocente, que quedó depositada en el archivo municipal de la villa de La Guardia. En 1583 se publicó la Historia de la muerte y glorioso martirio del santo inocente que llaman de Laguardia, obra de fray Rodrigo de Yepes. En 1720 apareció en Madrid otra obra hagiográfica, la Historia del Inocente trinitario el Santo Niño de la Guardia, obra de Diego Martínez Abad, y en 1785, el cura de localidad toledana, Martín Martínez Moreno, publicó su Historia del martirio del Santo Niño de la Guardia. La leyenda construida con estas sucesivas aportaciones afirma que ciertos conversos, tras asistir a un auto de fe en Toledo, planearon vengarse de los inquisidores mediante artes de hechicería. Para hacer su conjuro necesitaban una hostia consagrada y el corazón de un niño inocente. Juan Franco y Alonso Franco secuestraron al niño junto a la Puerta del Perdón de la catedral de Toledo y lo trasladaron a La Guardia. Allí, el día de Viernes Santo simularon un juicio. El niño, al que en la leyenda se llama Juan (en otras versiones se le llama Cristóbal) y se dice que era hijo de Alonso de Pasamonte y de Juana la Guindera (a pesar de que nunca apareció ningún cadáver), fue azotado, coronado de espinas y crucificado, del mismo modo que Jesucristo. Le arrancaron el corazón, que necesitaban para el conjuro. En el momento de la muerte del niño, su madre, que era ciega, recobró milagrosamente la vista. Tras darle sepultura, los asesinos robaron una hostia consagrada. Benito García iba hacia Zamora llevando la hostia y el corazón para recabar la ayuda de otros correligionarios para realizar su conjuro, pero fue detenido en Ávila a causa de los resplandores que emitía la hostia consagrada, que el converso había escondido entre las páginas de un libro de rezos. Gracias a su confesión, se detuvo a los otros participantes en el crimen. Tras la supuesta muerte del Santo Niño, se le atribuyen también varias curaciones milagrosas. La hostia consagrada se conserva en el monasterio dominico de Santo Tomás, en Ávila. Del corazón se dijo que había desaparecido milagrosamente, al igual que el cuerpo del niño, por lo cual se creyó que, como Jesucristo, había resucitado. Sigue habiendo en la web escalofriantes declaraciones a favor del ‘santo’ y contra los pérfidos judíos. Basta apuntar su nombre y buscar. EL NIÑO ITALIANO Y EL PROFESOR ITALIANO-ISRAELÍ Por cierto, que la antigua sinagoga de la italiana Trento, en la actual calle Giannantonio Manci, que se había convertido en capilla después del ‘martirio’ (en 1475) del santo niño de turno en la ciudad, el llamado s. Simonino, parece que ha sido puesta a la venta y adquirida por judíos para un centro cultural, dando pie a un nuevo ‘sacrilegio’ al convertir una iglesia en sinagoga. Hablando de este Simonino, y tergiversando terriblemente sus palabras, se ha acusado al profesor Ariel Toaff de la Universidad de Bar Ilán, de aceptar que estos ritos se hayan cometido en el pasado. El profesor Toaff ha desmentido las acusaciones alegando que “los que las han hecho, sencillamente no han leído el libro”. La historia sigue su curso…