martes, 25 de junio de 2013

La negación de los holocaustos

Perfil, Daniel Muchnik Maniqueísmo Histórico Por Daniel Muchnik Hace dos semanas, un sheik que odia, Edgardo Rubén Assad, nacido en la Argentina, negó desde Irán que hubiera sucedido el Holocausto judío. No es difícil hacerlo en Teherán porque el mismo gobierno ha declarado que nunca existió. De inmediato reaccionaron entidades de la comunidad judía. ¿Vale la pena acallar o cuestionar a un fundamentalista que no está solo en este mundo? ¿No hay acaso evidencias horripilantes y de todo tipo de las ejecuciones en masa en los campos de exterminio? ¿No hay montañas de documentación que confirma la industrialización de la muerte? ¿Qué es lo que se discute? ¿Para qué sirvió el juicio de Nuremberg? Una ola demencial desmiente la desaparición en vida de seis millones de judíos. Afirman que fueron la mitad o menos, quitándole importancia a esta desgracia. En el caso de los judíos el término preciso de lo que ocurrió es Shoah, que si bien remite al Holocausto, precisa, en hebreo, lo que fue: una catástrofe, casi el fin del mundo. La negación tiene penalidades. Hay una convención mundial que expresa que quien duda o pone en duda la Shoah, debidamente documentada, se expone a pasar por las oficinas judiciales. En la Argentina sólo puede ser sacudido por el Inadi, con sanciones morales más que castigos penales. Cuando la afirmación del sheik fundamentalista se difundió a través de los links de los diarios en el país, se adjuntaron innumerables comentarios que dieron cuenta de que la opinión del imputado no es única, que en la Argentina todavía hay un mentiroso maniqueísmo histórico muy peligroso. Sin duda, detrás de la negación hay un fenómeno antisemita que fue forjado en la Argentina de los años 30 por nacionalistas admiradores del fascismo y del nazismo. Acompañados por parte de la Iglesia Católica que acusaba de deicidio a las víctimas. Antes de ello, miembros de la Liga Patriótica salieron a reprimir a los huelguistas de la fábrica Vasena en 1919, en su mayoría inmigrantes de pensamiento de izquierdas, pero atribuyeron la protesta general a los judíos. Por eso se lanzaron a matar en los barrios que habitaban, en Once y en Villa Crespo. Aquello fue el primer y último pogrom en el país. El siglo XX trajo manifestaciones racistas y odios feroces que fueron llevados al extremo máximo, a la muerte de los indeseables, al asesinato ciego y colectivo como si fuera una línea de montaje. Cuando los judíos europeos quisieron escapar del acoso nazi, todos los países, sin exclusión, les dieron la espalda y cerraron las puertas de la inmigración, incluyendo a la Argentina. Ese mismo siglo XX también presenció otros holocaustos sangrientos. Los armenios fueron aplastados por las tropas turcas despiadadamente, un crimen bárbaro que Ankara no admite todavía como propio. A comienzos de la década del 30 tropas soviéticas enviadas por Stalin saquearon las cosechas y los logros campesinos de Ucrania, obligando a ser víctimas de una increíble inanición colectiva. Por temor a una estrategia colaboracionista con los alemanes muchos pueblos de la URSS (chechenos, rusos alemanes y poblaciones del Cáucaso) fueron desplazados en trenes de ganado hacia Siberia, donde murieron de inanición y de frío. Un historiador británico, Paul Preston, publicó un texto de investigación que tituló El holocausto español y subtituló Odio y extermino en la Guerra Civil y después. En ese libro asegura que cerca de 200 mil hombres y mujeres fueron asesinados lejos del frente, ejecutados extraoficialmente en precarios procesos legales. Durante el conflicto armado 400 mil hombres perdieron la vida en los frentes de batalla. Tras la victoria de los militares rebeldes, alrededor de 20 mil republicanos fueron fusilados. A esta altura de la historia, ignorar toda esta epidemia extendida de perversión y maldad es ignominioso. *Periodista, especialista en economía