viernes, 7 de junio de 2013

¡Hasta los 120 años!

Rabino Daniel Oppenheimer El tema que vamos a tratar hoy es una cuestión a la cual le “tiene idea” y de la cual le gusta escaparse. No sé exactamente porqué, pero muchas personas cuando se trata el tema de la muerte, siente que hablar de eso da alergia o contagia. No es así. La muerte es parte esencial de la vida y es ineludible desde que Adam y Javá comieron del árbol en el Gan Eden. Sólo se puede tener una visión clara del valor de la vida si se tiene en cuenta también el significado de la muerte. Cuando D”s fue creando cada uno de los componentes de lo que sería nuestro mundo fue declarando que cada elemento sería “Tov” (para los humanos, “tov” significa “bueno”, en lo que crea D”s, significa la perfección), es decir que cumpliría su rol de allí en más de acuerdo a lo que D”s dispuso. Al cabo de la creación (Bereshit 1:31), D”s declaró que era “Tov Meod” (muy bueno). Dado que no existe algo que supere a lo perfecto, el Midrash explica (entre varias opciones similares) que “Tov Meod” se refiere a la muerte. Es decir, que nos da a entender que aun aquello que nos puede parecer malo o desagradable, también forma parte de lo perfecto que creó. Un poco más adelante en Bereshit (2:7) D”s nos dice que el ser humano fue creado “polvo de la tierra” y D”s insufló en él, el hálito Di-vino. Lo terrenal y físico en el ser humano es temporario y vuelve a la tierra. Lo Di-vino es eterno y no se muere. El alma de la persona, creada a imagen Di-vina, necesita de un cuerpo pues sin él no puede ejercer sus tareas en el mundo físico en el cual habita. Una vez que terminó de cumplir con todo lo que tenía que hacer, fallece la persona. El fallecimiento pues, es el momento de transición de un mundo al próximo. En su existencia espiritual posterior el cuerpo es innecesario. Los judíos, no obstante, sabemos que los cuerpos de la gente recta volverán a resucitar en algún momento que D”s disponga. Esto forma parte de nuestra Emuná. Si b o obstante, sabemos que los cuerpos de la gente recta volverán a resucitar en algún momento que D”s disponga. Esto forma parte de nuestra Emuná. Si bien el cuerpo es evidentemente secundario en el ser humano, accesorio a la tarea espiritual que cumple el alma, la Torá nos ordena ocuparnos del cuerpo, mantenerlo higienizado, saludable, protegido y alimentado. Está prohibido herir el cuerpo de cualquier manera en forma innecesaria (obviamente que están excluidas el Brit Milá y las cirugías para el bien físico de la persona, pero no necesariamente las cirugías estéticas), y, al no ser dueños de nuestros cuerpos o de nuestras vidas, el suicidio está prohibido severamente en la Torá. “Por la fuerza nacemos y vivimos” dice el Pirké Avot (4:29). Es ineludible enfrentar la vida tal como se presenta. El cuerpo es, entonces, sagrado por haber sido el “estuche” del alma. Es así que la Torá nos ordena en la lectura de esta Parshá de no demorar el entierro de un muerto. Si bien esto esta escrito en relación a quien mereció la pena de muerte, la ley se extiende para ordenar la sepultura inmediata luego de cualquier fallecimiento. En Ierushalaim, me sorprendí de ver que se realizaban entierros hasta las altas horas de la noche. Las demoras innecesarias en los velatorios para recibir a los conocidos, no condicen con la ley judía. “No lo consueles, mientras está su fallecido frente a él” dice en Pirké Avot (4:23). La Mitzvá de consolar a los deudos comienza recién después que fue sepultado. En este rubro, también encontramos que la gente no sabe de qué se trata la Mitzvá. Uno va a visitar deudos para cumplir con la Mitzvá de consolar y se encuentra con que la gente está conversando de cualquier tema, suponiendo con buena intención, que es útil distraer la atención de los que hacen la Shiv’á para que sufran menos pensando en otra cosa. En realidad, sin embargo, la ley judía dice que los deudos no se deben distraer con otros temas y se deben concentrar en hablar acerca de la persona que acaba de fallecer, sus buenas cualidades y acciones, todo aquello que se puede recordar de su vida para apreciar, aprender y emular. Al mismo tiempo, quien perdió un ser querido, una persona con quien convivió, de quien recibió y a quien se brindó continuamente, siente un profundo hueco en su vida pues puede parecer que al faltar una pieza clave, la vida es imposible o difícil de seguir adelante. No obstante, la vida sigue para todos los que estamos vivos y cada día de la vida, sean cuales fuesen sus condiciones, tiene una misión muy especial. Es muy factible que después de perder a una persona muy cercana, la persona deba encontrar su nuevo rol espiritual en una manera distinta a lo que venía siendo. La tarea de reflexionar acerca de este tema no es para nada fácil y, sin duda, pertenece a una de las razones principales del duelo de la Shiv’á. Por razones de tiempo, debo terminar. No quiero, sin embargo, omitir una reflexión esencial. “Los malvados en vida se llaman muertos. Los santos en su muerte se llaman vivos”. Más allá de lo que nuestros ojos perciben, existen personas que aunque funcionen orgánicamente, hayan dejado de aportar espiritualidad a este mundo. En la práctica, si bien comen y caminan, ya no están. Por otro lado, la gente buena, aun cuando ya fue sepultada, deja obras de bien, enseñanzas de las cuales podemos aún aprender, por ende, nunca mueren. Estamos a pocos días de pararnos ante el Rey que otorga vida a quienes deben seguir desempeñándose en este mundo. Acerquémonos a Él con una propuesta válida de porqué y para qué pedimos vivir más y que se cumpla en todos ese deseo: ¡Hasta los 120 años! Fuente: Ajdut Informa Nº 438