lunes, 17 de junio de 2013

Dos saqueos al Call de Palma de Mallorca

Fuente: Beit Haanusim 13/5/13 Por Rabino Nissán Ben Avraham Extracto del libro de Miquel Fortesa, “Els descendents dels jueus conversos de Mallorca”. Editorial Moll, Palma de Mallorca, 1972, págs. 48-52. No hay mucha diferencia entre lo que les pasó a los judíos en toda la diáspora y lo que les ocurrió a sus hermanos de sangre, los xuetas de Mallorca, incluidos los saqueos. A principios del siglo XIX, el 24 de febrero de 1809 y el 6 de noviembre de 1823, el Call (del hebreo Cahal = Congregación) o sea, las calles habitadas por los xuetas de la capital mallorquina fueron asaltadas y saqueadas, según relatan los cronistas contemporáneos Bover y Desbrull, citados por Juan Llabrés Bernal en “Noticias y relaciones históricas de Mallorca”, Siglo XIX, tomos I y II, 1958, y Josep Tarongí en su libro “Algo sobre el estado religioso y social de la isla de Mallorca”, 1877. EL PRIMER SAQUEO El día 22 de febrero de 1808 mandó el gobierno que uno de los dos batallones del Regimiento Provincial que guarnecía la plaza de la isla de Mallorca se embarcase para el Continente. Recordemos que estamos en plena guerra contra Napoleón y en el día anterior Zaragoza había capitulado ante los franceses después de un terrible asedio que cobró unos cincuenta mil muertos. Los soldados, unos tres cientos, que iban a ser enviados a la península eran mallorquines y no tenían ningunas ganas de ir a la guerra, por lo que fueron declarados en sedición y al cabo de dos días salieron del cuartel dando desaforados gritos. Según los cronistas, “una mano oculta” se encargó de dirigirlos al Call de la ciudad, explicándoles que “los de la Calle eran la causa de la guerra”. Debemos tener en cuenta el resentimiento que tenían las tropas contra los habitantes del Call, ya que estos, muy en contra de su voluntad, estaban privados de la posibilidad no tan solo de poseer cargos oficiales, sino incluso de llevar armas y normalmente no eran admitidos en las milicias. Los soldados habían llegado a la iglesia de S. Nicolás y de allí se fueron cargados de piedras en dirección a la zona habitada por los xuetas, apedreando las ventanas de la casa de Juan Bonnín, comerciante adinerado que había pagado por librarse de la leva, destrozando sus puertas y muebles, y haciendo lo mismo con las casas vecinas. El asalto de los milicianos duró desde las doce hasta las cuatro de la tarde, e incluso apedrearon al general que vino a apaciguarlos. Finalmente tocaron generala y tuvieron que regresar al cuartel, pero los paisanos les tomaron el relevo, saqueando las casas y quemando en las calles el mobiliario y los enseres en medio de gran regocijo. El cuerpo de milicias que comenzó el asalto tuvo que acudir, esta vez en plan de guardias, pues no había otros en la isla, para patrullar por las calles sin dejar pasar a nadie. En la casa de Moixina, en la calle de S. Miquel hicieron grandes daños y tuvieron que dejar centinelas a sus puertas. “Las alhajas de la Platería corrían envueltas en piezas de encaje, con finos tules y paños de comercio. Hombres indefensos eran cruelmente apaleados, mujeres y niños cuyos lamentos se confundían con la algazara de los amotinados. Más de ocho días, mantenido a expensas de los vecinos, estuvo un cuerpo de guardia alojado en la antigua capilla de S. Cristóbal de la Bolsería…” EL SEGUNDO SAQUEO En la noche del 5 al 6 de noviembre del 1823, a las 2 de la madrugada, se quitó la lápida de la Constitución por orden de las autoridades y se recogieron las armas de los tres batallones nacionales, cuyo comandante era don Baltasar Comellas. Era el final del Trienio Liberal, apenas veinticuatro horas antes de que fuera ahorcado el Presidente de las Cortes, Rafael de Riego, y mientras los Cien Mil Hijos de San Luís apoyaban el restablecimiento del absolutismo de Fernando VII. Los xuetas que habían recibido la igualdad de manos de la maltratada Constitución de Cádiz se resistían a desprenderse de ella, pero tuvieron que entregar las armas que por fin habían recibido. El pueblo se entusiasmó contra los xuetas y pasaron por sus casas y calles a un infeliz destrozo y voraz saqueo, quemando sus ricos muebles y puertas con gritos desaforados de ‘¡Viva el Rey!’, ‘¡Viva Fernando!’, ‘¡Viva la Fe!’. Las turbas que en Madrid gritaban ‘¡Vivan las cadenas!’ en Palma decían aullando que los Plateros y Comerciantes eran los autores de la Constitución, capitaneados por un tal Petatxo. Se hizo una gran hoguera en la calle donde tiraban libros de cuentas, valores de comercio, objetos de arte inservibles a la rapacidad. A la mañana siguiente, multitud de mujeres desarrapadas pasaban por la calle de la Argentería a escarnecer a los oprimidos: “¡Pobre gente! aquí no les han dejado nada. Mira, aquí les han destruido… ¡Pobre gente!” y prorrumpían en carcajadas…