domingo, 9 de junio de 2013

A propósito de la intolerancia

El escritor y periodista israelí Amos Oz acaba de ser distinguido con el premio Franz Kafka, que se entrega a los autores comprometidos con la tolerancia. Lo que se premia es la capacidad de llegar a los lectores sin distinción de origen y cultura. Entre los premiados en ediciones anteriores estuvieron Philip Roth, Elfriede Jelinek, Haruki Murakami y Václav Havel. Oz es uno de los intelectuales más influyentes en su país. Premio Príncipe de Asturias 2007, escribió una veintena de novelas que tienen la historia de Israel como telón de fondo. Su autobiografía Una historia de amor y oscuridad ha sido reconocida como una obra maestra. Pero su compromiso no sólo es literario: es cofundador del Movimiento “Paz Ahora”, partidario de la creación de dos Estados para solucionar el conflicto palestino-israelí. En una entrevista, Oz opinó: “Los palestinos están en Palestina porque no tienen otra tierra, y los israelíes están en Israel porque tampoco tienen otra tierra. Tendrán que dividirse este país y ponerse de acuerdo para dividir la casa en dos apartamentos”. Y agregó: “Creo que Israel está hambriento de paz. La mayoría de los israelíes están hartos de la guerra, y lo mismo sucede con los palestinos. Algunas veces el hastío es la mejor solución para una crisis no sólo entre naciones o comunidades, también en el seno de las familias”. En estas tierras, parece que lo que más aleja del “premio a la tolerancia” a nuestros escritores, intelectuales y opinadores, es el fanatismo por las ideas, la terquedad en la propia opinión a pesar de las razones que se puedan esgrimir contra ella. Y frente a esto, un creciente sentimiento de hartazgo, la reacción emocional ante la intolerancia. Cuando un montón de fanáticos plantan sus ideas como indiscutibles, hay otro montón de personas hastiadas. No hay debate verdadero. Fanáticos y hartos habitando cada uno sus trincheras, con la única ilusión de que el tiempo pase rápido para ver si los muchos de un lado son más que los muchos del otro. Triste panorama para un país que durante años se creyó la Europa de América.